sábado, 7 de abril de 2012


¡FELIZ PASCUA DE RESURRECIÓN!
                                   
                                          
         Celebramos hoy el acontecimiento clave del cristianismo. El eje y el motor de  nuestra vida cristiana. La VERDAD que sostiene toda la razón y existir de nuestra Iglesia.
Celebramos, en este Domingo de Pascua, lo que nunca debiéramos de olvidar: ¡Estamos llamados a la VIDA! ¡Una VIDA con mayúsculas! Sin tropiezos ni cruz, sin llanto ni deserciones, sin dudas ni flaquezas. Una VIDA DE RESURRECCIÓN. Por todo ello ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! El Señor ha pegado fuerte y alto. El dedo de Dios ha apuntado a la humanidad para divinizarla, para elevarla, para rescatarla ¿Y aún seguimos empeñados en seguir bajo las capas del lodo?
    
     Hemos celebrado con fe y con piedad los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. ¿Será pólvora de un simple cartucho? ¿Intentaremos perseverar y crecer espiritualmente después de lo que hemos visto, compartido y vivido en esta Semana Santa?
Buscamos al Señor porque, Él, nos ha demostrado que tiene palabras de Vida Eterna. No podemos vivir bloqueados por historias pasadas, por la incertidumbre que nos rodea o quejándonos constantemente de las lanzas con las que, desde un vértice y otro de este complicado mundo, intentan lacerar el costado de nuestra felicidad.
La Resurrección de Cristo es una llamada a seguir adelante. Nos aguarda la primavera cristiana simbolizada en esa presencia, real y misteriosa, que sigue encendida en el Cirio Pascual que encendimos ayer noche.
Buscamos al Señor porque, en medio de tantas explosiones violentas que sacuden a nuestro entorno, la Resurrección de Cristo es una gran noticia, un surtidor que, al acercarnos hasta Él con fe y con confianza, nos contagiamos inmediatamente de su luz, de su fuerza y de su futuro.
¿Dónde hemos puesto al Señor? ¿No será ya, esta Pascua 2012, la ocasión privilegiada para rescatarlo del fondo de nuestro sepulcro y colocarlo en el lugar que le corresponde?

                                                             Enviado por Ma. Cristina Degrandi