sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad 2011

“Nos ha nacido un niño, un hijo nos ha sido dado” (Isaías 9, 5)

Llegó la Nochebuena. Mañana es Navidad.
Después de un calor agobiante, parece que celebraremos con fresco.
Son días de corridas, de comprar regalos y esconderlos, de agotar la mente pensando en qué comprar para tal o cual, de desesperar por dejar la compra de la carne para último momento y no encontrar peceto o lengua en un radio de cuarenta cuadras.
Y en medio del trajín se nos pasó la papa para la ensalada rusa.
Y los cortes de luz…
Sin embargo sería bueno poder hacer una pausa. Y no olvidar que, más allá de todo eso, de si viene o no fulano (y no olvidar que no podemos sentarlo junto a mengano porque no se llevan bien), la fiesta es otra. Pasa por otro lado.

Porque Dios se la pasa amando.
Y fue tanto, tantísimo su amor, que se hizo hombre.
El ilimitado. El omnipotente. El que todo lo sabe y todo lo puede eligió, por amor, vivir como nosotros, conocerla desde adentro.
Pero no apareció de la nada con veintipico y la cosa resuelta.
Eligió limitarse en serio. Con todo.
Por eso viene a nosotros recién nacido. Con trabajo de parto, con hambre, con frío. Con padres, con vecinos, con pueblo.
¿Hay acaso amor más grande que abajarse tanto? ¿De serlo todo, hacerse un frágil bebé? ¿De no necesitar nada, necesitarlo absolutamente todo?

Dios nos ama con locura.
¿Para qué se hace niño? ¿Para qué viene a nosotros?
¿Será quizás para mostrarnos cómo podemos ser? ¿Mejores personas, más humanos, más solidarios, con menos miedo y más misericordia?

En medio del bullicio, la pirotecnia, el brindis y el turrón de maní, no nos olvidemos de lo que celebramos.
Dios se hizo hombre. Y estamos de fiesta.


Gabriela Abella