lunes, 17 de octubre de 2011

Cuento
¿Fue un sueño?

Juan Carlos me llamó al mediodía.
- Carlos, me dijo, te espero esta noche sin falta a las 8 en casa. Vení con Matilde.
- Bueno Juan Carlos, muchas gracias, vamos a ver si podemos irLo que pasa es que a esa hora teníamos previsto...
- Carlos, -me interrumpió-, creo que no entendiste bien: los espero esta noche indefectiblemente a las 8 en mi casa.
- Bueno Juan Carlos, cómo no, ahí estaremos... pero... ¿pasa algo?.
- Nada... los espero... chau.
Confieso que quedé un poco desconcertado. El tono de voz y la decisión de Juan Carlos al invitarnos eran realmente desacostumbradas… ¿alguna desgracia?... ¿alguna fiesta sorpresa?
Pero bueno, me despreocupé. Suponía que en un rato me llamaría alguien más experto que yo en "temas sociales" y me explicaría todo. Pero a las 6 de la tarde, cuando ya había traído a mi nieto Toto de sus clases de inglés, nadie me había llamado.
Me pregunté: ¿sería realmente Juan Carlos el que me había llamado o se trataba de alguna broma?... lo llamé.
- Hola Juan Carlos ¿qué tal? Hacéme un favor: vos que estás cerca de Plaza de Mayo; ¿me podés decir si hay una manifestación del sindicato textil frente a la Casa Rosada?
- No, no hay ninguna manifestación. No te olvides que te espero hoy a las 8 de la noche en casa. Chau.
- Chau, Juan Carlos.
Me pregunté; ¿me habrá invitado a mí solo? Más raro todavía. Pero bueno, ya faltaban solo 2 horitas. En un ratito se aclararía todo.
Llegamos a las 8 menos 5. Ya estaban en la casa: Carmen, Héctor, Margarita, Javier, Delia, Juan Carlos, Liliana, Miguel, Alicia, Carlos, la otra Alicia y Gianni.
Juan Carlos corría muy serio y ocupado de un lado a otro y casi no me saludó. Había preparado una mesa larga con varios banquitos en los laterales y una silla con respaldo grande en la cabecera que daba a la calle. Sobre la mesa había café, té, mate, algunos platitos con rodajas de pan y una Biblia cerca de la cabecera de la silla.
Nadie hablaba; nadie se atrevía a preguntar nada. Como si al hacerlo pudiera "romperse algo" que atentara contra la solemnidad y el misterio del momento que estábamos viviendo.

A las 8 en punto entró Jesús. Lo identificamos enseguida y nos quedamos como petrificados. Con su cara expresiva y sugestiva, su mirada profunda, su pelo largo y su paso lento pero decidido, fue acercándose a nosotros y nos saludó levantando suavemente su mano derecha. Vestía ropa común (nada de túnicas o prendas por el estilo).
Realmente se me hace muy difícil  describir con palabras cómo nos sentíamos, lo conmovedor del momento, cómo nos había desbordado emocionalmente la situación, la sorpresa y la circunstancia de tenerlo a Jesús ahí cerquita, al alcance de la mano.
Finalmente Juan Carlos se sobrepuso, tomó la iniciativa y lo invitó a sentarse en la silla de la cabecera. Jesús le indicó con una seña que prefería hacerlo en un banquito, en un lateral de la mesa.
Y así, tímidamente y con el corazón caminando muy rápido, nos fuimos sentando todos.
Los primeros momentos fueron muy tensos. Nadie se animaba a hablar, mientras Jesús nos miraba largamente a los ojos a cada uno con una mirada profunda, intensa e inquisidora que parecía preguntar: "y bien señores, aquí estoy… Uds. dirán".
Finalmente se animó Javier y le preguntó.
- Señor Jesús: los Evangelios que se le atribuyen, reflejan cabalmente Su Palabra. Disculpe la pregunta pero, Ud. sabe, a veces los hombres...
Demostrando que conocía su nombre Jesús le respondió:
- Querido Javier; percibo el sentido de tu pregunta y me apresuro a contestarte que todos los Evangelios reflejan exactamente mi opinión y se refieren a momentos de mi vida de una manera absolutamente veraz. No hace falta modificar ni un punto ni una coma.
- Disculpe Señor Jesús pero para nosotros es muy importante llenar nuestros corazones con el amor que Ud. predica…
- Lo sé, querida Liliana.
- Y también creemos que su principal enseñanza es, Señor Jesús, "ámense los unos a los otros como yo los he amado"…
- Así es, querida Alicia V.
- También conocemos, Señor Jesús, su "opción preferencial por los pobres"
- De acuerdo, Margarita.
- Se lo preguntamos porque como todavía hay tantas guerras y tantos muertos
- Y tanto hambre
- Efectivamente, queridos Gianni y Carlos S.
- ¿Cómo puede ser, Señor Jesús, que el sistema que rige todavía en este mundo para crear y consumir bienes esté manejado por la avaricia y la codicia de los hombres?
- Todavía debe ser así, querido Carlos A.
- Y entonces, Señor Jesús, todas las tareas comunitarias, solidarias, hogares, comedores...
- Son muy valiosas, querida Carmen, pero absolutamente insuficientes. De todas maneras son siempre bienvenidas, aún aquellas que sirvan para satisfacer vanidades personales; es una manera de comenzar a recorrer el "verdadero camino".
- ¿Y entonces, Señor Jesús, ¿cómo vamos?... como ya pasó tanto tiempo…
- Más de 2000 años…
- 2.000 años no es nada, queridas Alicia S. y Delia. Mi plan de perfección para la especie humana necesita tiempos mucho mayores. Los hombres seguirán equivocándose por mucho tiempo más; eso es inevitable. Además es necesario que sea así. Cuanto más se lastime en su imbecilidad y su ignorancia, más fuertes serán las raíces del verdadero hombre nuevo y ese hombre estará cada vez en mejores condiciones de poder entender el verdadero significado de mi mensaje y también de comenzar a enamorarse de mí... supongo que Uds. saben que los quiero mucho, ¿no?

Y bueno, nos fuimos animando y hablamos sobre un montón de cosas más.
En un momento determinado Matilde, Miguel y Héctor se apresuraron a servir el café, el té y el mate pero optaron por no hacerlo. Estaba todo muy frío. Eran las 5 y 25 de la mañana.
Entonces Juan Carlos se apresuró a regalarle a Jesús una maceta chiquita con muchas florcitas rojas, azules, verdes, blancas, negras, amarillas y de otros colores.
- Qué hermosas plantas y flores tienen en su casa, queridos Delia y Juan Carlos. Los felicito. Cuánta armonía... cuánta belleza. Cuánto ayudaría el aprender a comunicarse profundamente con ellas.
Finalmente Jesús se levantó, volvió a saludar a todos con su mano derecha en alto, salió por la puerta que da a la calle Castelli, giró hacia la Av. San Martín y se perdió en la noche.
Entre todos levantamos la mesa, acomodamos los banquitos, la silla del respaldo grande y retiramos el pan, el café, el té y el mate que nadie había probado.
Otra vez, nadie se animaba a hablar. Creo que sentíamos que cualquier expresión de nuestra parte hubiera degradado el verdadero sentido divino y majestuoso de lo que habíamos vivido.
Nos saludamos tímidamente, sin abrazos efusivos y fuimos subiendo a los autos. Creo que estaba en la mente de todos que había llegado la hora de "despertarse".
Sin embargo parece que no fue así. El sol comenzaba a despuntar desde el este y se lo comenzaba a ver desde el final de la Av. San Martín para el lado de Calzada. Y fuimos emprendiendo el viaje de regreso a nuestras casas, mientras que Delia y Juan Carlos nos saludaban desde la puerta.
Creo que hubo acuerdo generalizado en postergar temas y emociones para más adelante; cuando estemos bien seguros de que lo que habíamos vivido no había sido un sueño.

Un abrazo muy fuerte para todos.

Carlos Andujar CC 39

N. del E.: Carlos Andujar, -el autor de este cuento- su esposa Matilde, Javier y Margarita Muros, Carlos y Alicia Santamaría, Liliana y Miguel Segovia, Juan Carlos y Delia Ruiz, Alicia y Gianni Vidotto, y Carmen y Héctor Chidichimo, son casi todos cursillistas desde 1990 y protagonistas involuntarios de esta historia. Desde entonces han compartido reuniones de grupo, numerosas convivencias, viajes y vivencias fuertes, junto con Nelly y Jorge Rimoldi, y el Prbro. Horacio Fasce.